Hombres católicos cambian radicalmente sus vidas gracias a programa ascético

Fotografía de Dimitri Cornejo Sanz cortesía de Cathopic

Ocurrió en el Seminario Mount St. Mary de Emmitsburg, en el estado de Maryland,  que el padre Brian Doerr diseñó para los seminaristas el programa Exodus 90 (Éxodo 90) como una forma de promover “una libertad personal más perfecta a medida que anticipaban su servicio en la Iglesia”. Sin embargo, esta iniciativa se fue extendiendo entre a personas que discernían su vocación al matrimonio, o bien luchaban contra algún vicio. 

Teniendo como meta la santidad, Éxodo 90 es una práctica ascética tan fuerte que requiere de apoyo comunitario. Y, aunque implica grandes renuncias, lejos de que sea una iniciativa poco popular en estos tiempos, cada vez hay más personas que están diciendo “sí” a este desafío, encontrándose con grandes enseñanzas en su vida, así como cambios profundos y permanentes en su modo de relación con Dios. Sin duda es una experiencia difícil, pero de la cual no se arrepienten. 

Un programa único 

Valentín Klavin Danescu Velasco es un joven universitario de 21 años de edad, originario de Tulsa, Oklahoma, que, además de estudiar, trabaja por su cuenta en fotografía y cinematografía, y es miembro activo de la parroquia de Santo Tomás Moro. Él explica: Éxodo 90 es un programa católico para hombres de 18 años en adelante, casados o solteros, y versa sobre tres puntos muy grandes: orar, sacrificar y la fraternidad”. 

José Gómez, de 51 años de edad, esposo y padre de familia dedicado a la construcción y remodelación de viviendas, quien también es parte del ministerio de alabanza “70 Veces 7”, dice: “Para mí es como un retiro espiritual. Pero no es un retiro de dos o tres días sino de 90 días, por eso se llama Éxodo 90”; y explica en qué se inspira: “Recordemos que el Éxodo se dio cuando Dios sacó de la esclavitud de Egipto al pueblo de Israel. Dios le va pidiendo una serie de cosas que tiene que hacer el pueblo de Israel en su caminar por el desierto; ¡y nosotros es lo que estamos haciendo!, caminar por el desierto en nuestra vida, y tratar de hacer la divina voluntad de nuestro Señor Jesucristo”. 

Un camino a la santidad

Valentín cuenta este testimonio de cómo se enteró de Éxodo 90, y cómo ingresó en este camino: “Yo descubrí este programa cuando fui a una conferencia en 2019, con  mi grupo de Oklahoma University;  estaba hablando con mis compañeros y de pronto vino un hombre del Éxodo 90 y me preguntó: ‘¿Quieres ser más?’. Y yo dije: ‘¡Ah, caray! ¿Más de qué?’; me respondió: ‘¿Quieres ser más santo, quieres ser ejemplo? ¿Quieres llevar tu vida a la santidad, pero no sólo para ti mismo sino para tus padres, para tus abuelos, para tu familia, para tu hermano, para tu hermana, para tu novia, para tus amigos?’, y pregunté de qué se trataba. Me respondió: ‘Son 90 días, 90 días de sacrificar, 90 días de orar, 90 días de fraternidad’.  Y me explicó que vivimos en una sociedad muy tóxica, donde ya no se entiende bien qué es un hombre verdadero; pero que hay una manera más profunda de ser hombre, y un lugar de felicidad, y una manera de ser más santo, y que es por este camino’; y le dije: Pues anótame”. 

Me inscribí en Éxodo 90 llenando unos papeles y bajando una aplicación en mi teléfono. Me indicaron que empezaría en enero 21 y acabaría el día de Pascua, el día de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Pero la verdad es que pasaron algunas semanas y olvidé esto, hasta que me llegó una  invitación a mi teléfono, donde me decían que estábamos a punto de iniciar el camino en el desierto”.

Fotografía de Dimitri Cornejo Sanz cortesía de Cathopic

Entonces fui a la Misa dominical que me indicaron y, al terminar la Eucaristía, el sacerdote dijo: ‘Quiero hablar ahorita a todos los hombres; vayan afuera al jardín de la Virgen. Así que fuimos afuera; éramos como entre 80 y 120 hombres; hacía mucho frío, y estábamos todos como pingüinos. Entonces llegó el sacerdote y nos dijo: ‘Chicos, miren a su izquierda’, así que vimos hacia el centro de actividades, y ahí estaban todas las mujeres. Y el padre dijo que cada una de ellas estaba buscando un hombre, pero un hombre cristiano, un hombre católico, un hombre que quiera ser santo; y agregó: ‘Chicos, aquí están sus Marías, y están buscando a su José’. Y nos dijo que si ya éramos buenos podíamos ser más, y que entonces no tuviéramos miedos de empezar nuestro Éxodo; y ni siquiera dijo: ‘Si quieren pueden hacerlo’, sino: ‘Cada uno de ustedes va a hacerlo’. Así que empezamos el programa de Éxodo 90. 

La importancia del sacrificio

¿Qué tiene de especial Éxodo 90? y ¿Qué lo hace diferente de otros caminos que existen actualmente en la Iglesia? De los tres pilares que lo conforman, la oración y la comunidad o fraternidad suelen ser comunes en diferentes movimientos o experiencias católicas, pero el sacrificio no lo es tanto en estos tiempo. En cambio, en Éxodo 90 este punto tiene una importancia muy profunda. José Gómez explica en qué consiste: 

“Hay muchos requisitos que nos pide Éxodo 90; por ejemplo, uno de ellos es ayunar miércoles y viernes; también nos pide bañarnos con agua fría; nos pide dejar de comer todo lo que es dulce; no comer en intermedios. O sea que poco a poco vamos mortificando el cuerpo para darle al Señor todo el honor y toda la gloria. 

Pero no sólo eso, Valentín cuenta: “De lo que íbamos a sacrificar lo primero fueron las redes sociales, así que borré las aplicaciones del celular; pero tampoco podía ver películas, televisión o jugar videojuegos. Ni podía tomar soda (refrescos). Además debíamos hacer ejercicio intenso 5 veces a la semana. Para mí un día típico era levantarme a las 6:15 de la mañana sin quedarme otro ratito más en la cama, a pesar de que  yo suelo acostarme muy tarde porque estoy acostumbrado a trabajar más en la noche, editando fotos y videos; pero el programa nos marca que debemos levantarnos temprano”. 

Puede parecer tan intensa esta práctica ascética que más de uno la puede ver como peligrosa. Fernando García, originario de León, Guanajuato, de 35 años de edad, y radicado en Chicago, donde se dedica a la construcción y al ministerio de alabanza, cuenta que cuando empezó su Éxodo 90 a distancia, ya que el resto de su grupo lo estaba realizando en Detroit, Michigan, “al principio pensábamos que si íbamos  a dejar el azúcar y a dejar de comer entre comidas, eso nos iba a hacer mal. Y como yo trabajo en construcción pensé que me iba a afectar; pero resultó lo contrario; nos sentimos más fuertes en todos los aspectos. En lo personal, yo he dejado de tomar medicinas que tomaba para la acidez; tenía sobrepeso y, a raíz de los ayunos y dejar el azúcar, me ha ayudado. Dios es tan perfecto que, cuando nos llama, se fija en todos los aspectos de la persona, y de cada uno de nosotros; yo veo que Dios no sólo se preocupa en cómo es nuestra relación  con Él en la oración, sino que también se preocupa por nuestros cuerpos, pues somos templo del Espíritu Santo”.  

Fotografía de Dimitri Cornejo Sanz cortesía de Cathopic

La fraternidad es para sostener 

Pero sin duda los sacrificios son un camino bastante difícil. Cuenta Valentín: “Yo iba muy bien las primeras dos semanas. Pero a la tercera semana fallé en algunas oraciones, y llegué a comer alguna galleta entre comidas. Ahí empezó el desierto, ahí empezó Satanás a tentarme. Y por eso es tan importante la fraternidad, porque cuando alguno cae, todos los demás tenemos que ayudarlo para que se levante. Porque si tú pretendes hacerlo solo, no vas a poder”. 

“Recuerdo que un día de la semana antes del día noventatuvimos una junta de equipo en miércoles, y decíamos que ya no queríamos sufrir, que ya no queríamos ayunar, que deseábamos comer carne. Entonces yo pensé y les dije: ‘Chicos, si tenemos esta mentalidad ahorita, ¿qué tal que en el día noventa y uno terminamos regresando a como estábamos antes de empezar? El punto del desierto es para mejorarnos, para ser santos. Yo no quiero regresar a lo que era antes de empezar estos noventa días, yo quiero crecer en esto. Y si no vamos a terminar, ¿entonces para qué empezamos a hacer el desierto? ¿Para qué, si a lo mejor vamos a regresar a nuestros vicios? ’. Y me respondieron: ‘Tienes razón. Hay que pelear hasta al final’. Y llego el día noventa, y fue un día lleno de muchas bendiciones. Después de confesarnos salimos de este desierto, salimos de la batalla llenos del amor de Dios. Ese día de verdad me cambió. 

Así, la fraternidad es un punto clave para sostenerse unos a otros. Dice Valentín: “Yo tenía mi grupito de fraternidad, que hasta la fecha se han vuelto amigos míos muy cercanos, ¿por qué? Porque sufrimos juntos, como familia, como amigos y como hermanos en Cristo. Lloramos juntos, comimos juntos y oramos juntos. Nosotros en este mundo no habíamos teníamos esa clase de amigos cercanos con los que pudiéramos mostrar nuestra debilidad o nuestros sentimientos”. 

Oración constante e intensa

El otro pilar es la oración: “Empezamos a rezar en la mañana con la Liturgia de las Horas; me encanta porque aunque estés orando físicamente solo, estás espiritualmente orando con obispos, sacerdotes y laicos, y toda la fraternidad orando contigo. A las 3 de la tarde rezo la Coronilla de la Divina Misericordia; a las 5 voy a Misa; y luego hago mi Hora Santa. Después de la cena era el examen de conciencia, y cerrábamos con la Liturgia de las Horas. Empezamos en día con Cristo y terminamos con Cristo, porque Cristo debe estar en el centro; y Él es el que te da la fuerza para hacer más”. 

“Además de eso a veces hago otras cosas, como la Lectio Divina,  la Oración de San Miguel Arcángel, y el Santo Rosario. Cada día rezo el Rosario completo, ¿y qué significa completo? Rezar los cuatro tipos de misterios, o sea los veinte misterios todos los días. Desde entonces la Liturgia de las Horas siempre la hago, y el Rosario siempre lo rezo”. 

Aprendizaje y frutos

José Gómez comparte las lecciones obtenidas: “Sobre todo he aprendido a hacer la divina voluntad de nuestro Señor Jesucristo. He aprendido que nosotros sí podemos tener control de nuestro cuerpo. Yo antes decía: 'Imposible bañarme con agua fría, ¡imposible!’; pero ahora, por la gracia y misericordia  de Dios, me baño con agua fría, incluso en algunos de estos días que han estado muy fríos y con el agua heladísima; y antes de meterme a bañar le he dicho a Dios: ‘Señor, por mi voluntad no lo hago, pero en el dulce Nombre Tuyo lo hago’. Es algo maravilloso, porque me he dado cuenta de que sí lo podemos hacer en el dulce Nombre de Jesús. 

Fotografía de Dimitri Cornejo Sanz cortesía de Cathopic

Éxodo 90 también me ha enseñado, poco a poco, y a medida que nos vamos adentrando en el desierto, que somos muy débiles. Por eso a veces caemos en algunas cosas, a pesar de que uno creía ser fuerte. Es que se necesita de Dios para poder hacer este hermoso Éxodo”. 

Y una de las cosas más importantes es que en Éxodo 90 tenemos la gran bendición de estar visitando al Santísimo. Cuando uno va ante nuestro Señor Jesucristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, es el momento más grande, donde nosotros tomamos toda la fuerza para seguir en este caminar. 

Valentín ya ha hecho tres o cuatro veces su Éxodo, ¿por qué? Porque si yo veo que estoy cayendo en un punto débil, mirando la cruz trato de reformarme, levantarme y seguir peleando; y lo hago por medio de Éxodo 90. Aún no soy santo, soy pecador, pero mi meta es ser santo y apoyar a otros para ser santos; y tratar de ser un ejemplo para los demás. 

Y Fernando García reflexiona: Dicen que nada se mueve sin la voluntad de Dios, y yo creo que esto viene de Dios porque, así lo vemos, tenemos esa fe de que es Él quien nos hizo este llamado porque Éxodo 90 es un retiro donde hay mucho sacrificio; dejamos muchas cosas a las que estamos acostumbrados, todas esas cosas con las que el mundo nos absorbe, como son las redes sociales, internet, televisión, etc., con lo cual  descuidamos mucho a la familia. Y fue por eso que tuve la inquietud de vivir este retiro, para fortalecer mi relación con mi familia y con Dios. Todo sacrificio que hacemos, de antemano sabemos que es para la gloria de Dios, y nos ha fortalecido mucho tanto en espiritualmente como físicamente. Es mucho lo que puede cambiar la vida de una persona,  incluso de la que siente que está muy metida en las cosas de Dios y en la oración; pero ahí se descubre la realidad, y de dónde es que cojeamos. Eso es lo yo he experimentado con Éxodo 90, y he recibido muchas bendiciones. 

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