Un soñador de Dios al servicio del Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Detroit

Antonio Guzmán en un evento en Sacred Heart Major Seminary. (Foto cortesía de Antonio Guzmán Díaz)

La vida de Antonio Guzmán Díaz, como las de muchos migrantes, está llena de dolor y adversidad, pero también de la Misericordia de Dios y su Divina Providencia. Dios lo ha llevado hoy, a servir como coordinador del Ministerio Hispano para la Arquidiócesis de Detroit de tiempo completo. Actualmente, con apenas 27 años de vida, busca servir con amor y pasión a todos los hispanos.

Quienes conocen a Antonio comentan tiene una característica muy especial, irradia una luz fácil de identificar en su sonrisa que da paz, tiene un cúmulo de sueños que le hacen palpitar su corazón, sueños que compartió, poco a poco, durante el tiempo con Detroit Catholic en español. Con alegría abre su corazón y comparte un poco de lo último que acaba de pasar en su vida, pues está recién llegado a la coordinación del Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Detroit. 

Antonio comparte su sentir ante este nuevo llamado de Dios y esta nueva responsabilidad, “Mi sueño es apoyar a la comunidad hispana lo más que pueda, y ayudar a empoderar a otras personas para que hagan lo mismo, para que cumplan sus sueños, sus metas, a pesar de las dificultades o  adversidades que puedan enfrentar en la vida. Estoy súper feliz de que pueda trabajar para la Iglesia y estudiar dentro de la Iglesia, haciendo lo  que me gusta, ayudar a la comunidad, ayudar a mis hermanos en la fe”.

Antonio Guzman tiene un brillo especial en sus ojos, se percibe su felicidad y su adrenalina por ser llamado por Dios a conquistar nuevos retos, actualmente estudia una licenciatura en Teología Pastoral. Pero es necesario conocer a Tony, como le llaman sus amigos, para así saber de dónde viene, dónde están sus raíces y orígenes. Creció en un pueblito muy pequeño, llamado La Preciosita, en el municipio de Tlahuapan, Puebla, en México. 

Antonio de niño junto con otros familiares en La Preciosita. (Fotografía cortesía de Antonio Guzmán)

Esto da una certeza y aclara el porqué de su sencillez y su humildad, en sus ademanes y expresiones muestra calidez; su sencillez, sus raíces, su fe, y conmueve cómo describe el país donde nació, cómo describe su niñez, con alegrias, con soledad y tristezas al verse privado de estar con su papá y a su mamá a temprana edad, ya que ellos fueron los primeros que migraron al país del gran sueño americano, cuando el tenía apenas nueve años de vida. Una edad que es dificil de afrontar, sin un papá y una mamá, estos momentos marcaron el alma de Antonio, ciertamente le causaron heridas que después sanó con la ayuda de Dios.

Antonio sigue compartiéndo pedazos de su vida, que hoy une y reconstruye desde sus recuerdos y desde su corazón, son memorias que iluminan su pasado. Sigue avanzando en su relato, donde comparte con Detroit Catholic en español uno de sus momentos más felices cuando su mamá regresó por él y su hermana, para unir a su familia en suelo americano. 

“Recuerdo que cuando llegamos acá experimentamos un cambio drástico de cultura, de idioma”, comenta Antonio. “Fué un poco difícil adaptarse a la vida de acá; pero siempre creí que era lo mejor para nosotros, porque lo que yo anhelaba es que toda mi familia estuviera unida, tener a mis padres juntos, a mis hermanas, tal como debe vivir una familia”.

“Como de niño me había quedado en México con mi hermana mayor, siempre estaba apegado a ella; no la dejaba, a donde quiera que mi hermana iba, yo iba también; si iba con sus amigas”, Antonio estaba ahí, porque de cierta manera sentía protección al estar con su hermana mayor. 

“Una prima iba en el mismo grado escolar que yo, y me juntaba siempre con ella y sus compañeras porque yo sufría acoso por parte de mis compañeros, y el acoso crecía más y me decían cosas como “eres un marica”, “eres una niña por juntarte solamente con niñas”. Y mis compañeros de primaria me decían cosas que causaban más heridas dentro de mi corazón, como “¡ah, mira, ahí viene el niño huérfano!”,“¡ah, mira, ahí viene el niño que no tiene padres!”. Igual con mis primos, con los que crecí, pues como estábamos viviendo con ellos siempre había peleas o reproches”.

Antonio prosigue contaando su vida, “Todas estas heridas iban dañando mi vida y mi mentalidad. Cuando mi mamá nos propuso que nos viniéramos a Estados Unidos para estar con mi papá, yo estaba súper feliz porque pensé que todo esto se iba a acabar, que yo iba a empezar una nueva vida, en una lugar nuevo y en un país nuevo. Pero la gran sorpresa que me llevé fue, que las cosas no cambiaron mucho, el acoso por parte de mis compañeros de escuela también se hizo presente en los Estados Unidos; entonces mi escapatoria era el estudio, y concentrarme en lo que hacía, con tal de evadirme y que mis oídos no escucharan los ataques; empecé a hacer deporte y a leer, hacer cosas que me gustaban para olvidarme del bullying”.

Antonio, a pesar de las heridas que le provocaban, era un soñador, y hoy sigue teniendo sueños. Es un soñador nato, tiene sueños que Dios le ha puesto en su corazón, Dios lo inspira, Dios lo motiva, Dios tiene a Antonio en su regazo, Antonio se fue dando cuenta que es un consentido de Dios. 

De regreso a México

Sigue avanzando Antonio con su relato, se detiene un momento, reflexiona, respira y continua para situarse en un momento de la vida donde sus sueños lo empujaron a regresar a México a buscar uno de sus más grandes sueños, el ingresar a una Universidad y hacer una licenciatura. Tuvo que buscar esto en México, porque en suelo norteamericano le negaron esa posibilidad por carecer de documentos legales, por su estatus migratorio. Esta salida del país del sueño americano, después le causaría problemas en su solicitud para ser DACA.

Antonio en su graduación de preparatoria. (Foto cortesía de Antonio Guzmán)

“Mi sueño era ir a la universidad y poder alcanzar alguna carrera; yo quería ser contador o dentista. Y recuerdo que cuando empezaron los trámites para que los estudiantes aplicaran exámenes para la admisión a las universidades, yo obviamente no contaba con los papeles necesarios para poderlo hacer a causa de mi estatus legal dentro del país; y decidí regresar al estado de Puebla para estudiar”.

Una de las carecteristicas y dones de Antonio es la perseverancia, asi que hizo maletas y llegó a ingresar a una universidad en su natal Puebla, en México, pero se enfrentó con un racismo y discriminación, por parte de sus paisanos poblanos y hermanos de sangre y nacionalidad. Esto poco a poco fue lastimando el alma de Antonio, por esa actitud de sus compañeros universitarios, se volvieron una pesadilla y estas actitudes fueron minando y destruyendo sus sueño de hacer una carrera universitaria en su México lindo y querido.

¿Podía aprovechar DACA habiendo estado fuera del país?

“Y me regresé a Estados Unidos” comenta Antonio, “Traté de aplicar para una visa de trabajo, y lamentablemente me la negaron, por lo que entré de nuevo ilegalmente al país. Recuerdo que, justo cuando yo acababa de irme a México, el presidente Barack Obama había aprobado el programa DACA, esta ley que les permitía a los niños o jóvenes que habían llegado a Estados Unidos antes de los 16 años poder aplicar para obtener un permiso de trabajo o un seguro social, y de esta forma empezar a crearse una vida sin miedos a la deportación, o a todos esos problemas de inmigración que hasta el momento no se han solucionado”.

“Como yo había salido de Estados Unidos ese mismo año en que se había aprobado la ley, yo me arrepentía de haberlo hecho y me decía: “¿Por qué me sucede a mí? ¿Por qué cuando acabo de regresar a México deciden aprobar la ley?”.

“Cuando Dios me permitió volver a Estados Unidos, consulté con abogados para ver si era viable que yo pudiera solicitar DACA; algunos me dijeron que no, porque uno de los requisitos era haber estado presente en el momento en que se había anunciado la ley. Pero yo no perdía la esperanza, tenía fe en Dios en que sí se podría tramitar mi estancia. Otras personas me dieron luz verde, me dijeron: ´Sí se puede; vamos a hacer todo lo necesario, explicando tu situación porque saliste del país por cuestiones de estudio´, sigue comentando”.

“Llenamos todas las solicitudes necesarias para poder aplicar para DACA. Y fue un poco tardado recibir la respuesta por parte de Migración, pero, gracias a Dios, terminaron otorgándome lo que solicité, y esto me ayudó para continuar con los sueños que tenía de seguirme educando y perseverando  en la vida”.

Viejas y nuevas heridas

Antonio continua con su relato, sigue emocionado y motivado para compartir más momentos de su vida, hay por momentos pausas en sus relatos y en los momentos más dolorosos, hay silencios que describen lo dificil que fueron para él, esos días del ayer, en su infancia y niñez. 

Pero no se detiene, sigue sonriendo como siempre, la gracia de Dios ha realizado maravillas en su ser, irradia su fe y su amor por Cristo, no titubea ni duda ante las preguntas, y más cuando llega al momento de su historia donde Dios lo buscó, lo llamó y lo encontró para enviarlo a cumplir sus planes divinos. Antes de ese encuentro, Antonio le comenta a Detroit Catholic en español como su vida se complicó ante la adversidad y las continuas heridas que la vida le infligía.

“Esas heridas se fueron haciendo más profundas porque en mi casa no teníamos a Dios en nuestra vida. Mi familia estaba mal en aquél entonces; había violencia de todo tipo, desde lo verbal a lo físico; todo el tiempo había discusiones entre mis padres, regaños. Y yo llegué al punto de preguntarme si Dios existía, porque no entendía cómo Él podía permitir que en mi vida sucediera todo esto. Yo culpaba a Dios, le reprochaba. Lloraba solo en mi cuarto, con pensamientos malos, como de suicidio, pasaban por mi mente, pues me decía: ´Yo no elegí esta vida, no quiero vivir esta vida. ¿Por qué me trajiste? ¡Yo no elegí estar aquí!´. Había demasiadas guerras internas dentro de mis pensamientos, que nada podía saciar o sanar, excepto Dios”.

Una experiencia personal con Dios, un cambio de rumbo

Ciertamente para Dios no hay imposibles, Antonio lo sabe, Dios estaba listo para llamarlo y encontrarlo. Un poco pensativo, sigue relatando, poco a poco, los instantes de alegría y gozo ante su encuentro con Cristo y su fe. Dios lo habia llevado a aguas profundas, pero no se desesperó, confió en Dios y se tomó de la mano del Dios Todopoderoso que lo conocía perfectamente, Dios tenía su plan y se manifestó. “Tuve mi encuentro personal con Cristo cuando tenía 20 años, así que ya llevo 7 años de este caminar en la fe”, comenta Antonio.

No solo Dios ha transformado su vida, sino que lo ha llamado para una misión muy específica: servir a los hispanos en Detroit. (Foto cortesía de Antonio Guzmán)

“Había un retiro de tres días, y aunque yo no quería ir, no sé cómo terminé asistiendo; Dios tenía planes para mi vida, y ése fue el momento culmen, en donde todo cambió. Me pude dar cuenta de muchas cosas, por ejemplo, que durante mi adolescencia dejé de creer bastante en Dios, porque yo pensaba que quizá era un mito, y que era irrelevante la religión, o al menos sumamente aburrida.”

“Y cuando fui al retiro de ese fin de semana, me di cuenta que Dios está presente en el sacramento de la Confesión; así que fui con el sacerdote, pero no sabía cómo confesarme, pues la última vez que lo había hecho fue cuando iba a recibir el sacramento de la Confirmación como siete años antes.”

“En el momento que comencé a confesarle a Dios, a través del sacerdote, todos mis pecados y lo que yo tenía dentro de mi corazón, sentí que algo se liberó dentro de mí, un peso que me oprimía. Salí del confesionario llorando, y con vergüenza de regresar al grupo que me había tocado en el retiro, preocupado porque yo todavía iba con el moco escurriendo y las lágrimas, y los ojos rojos. Pero mis compañeros no se fijaron en eso, sino que pusieron atención al tema que se estaba dando; y desde ahí comencé a abrir mi corazón a Dios, y a darle la oportunidad de actuar, pues yo había sentido que algo había cambiado ya en el momento en que recibí el sacramento de la Confesión”. 

“Continué en el retiro, y hubo adoración eucarística e imposición de manos. En ese momento simplemente me quebranté; un sacerdote estaba orando por las personas, y ya no me pude resistir. Yo estaba temblando intensamente y llorando, porque Dios me estaba sanando en ese momento. Así empiezo con estas ganas y esta alegría de servir a la comunidad, de querer cambiar al mundo y dejarles  saber que Cristo vive, que Cristo los ama, que Cristo puede hacer cosas maravillosas dentro de su vida”. 

El proceso de sanación comenzado en plena juventud ha llevado a Antonio por un camino apegado a Dios donde poco a poco ha ido descubriendo su misión. Tiene claridad en lo que Dios quiere de él en este momento, que es el servir desde el Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Detroit con excelencia, dando lo mejor de sí con su gracia. Dios quiere usar su pasado de lucha ante la adversidad, de heridas, de esfuerzo y perseverencia para lograr sus suss sueños, para esta nueva misión.

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