“Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí.” (Juan 17, 21-23)
Dios promueve la unidad y la armonía, mientras que el demonio fomenta la discordia y la separación.
Cuando Dios habita en nuestro corazón y está en el centro de nuestra vida, experimentamos amor, paz, armonía y unión. Aunque enfrentemos dificultades y problemas, sabemos que con Él todo se puede resolver con sabiduría y orden.
En el combate espiritual al que todo cristiano está llamado, no estamos solos. Cristo ha vencido al mal y nos da las armas necesarias para resistir al enemigo. Sin embargo, el demonio continúa intentando confundir, seducir y esclavizar a las almas, especialmente a través de aquello que más debilita el corazón humano: la impureza.
“Estén sobrios y vigilantes. Su adversario, el demonio, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.”(1 Pedro 5, 8)
La acción del demonio en nuestros tiempos sigue manifestándose como lo advirtió Jesús:
“Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae.” (Lucas 11, 17)
La división es perdición; la unidad, en cambio, es fuerza y salvación. ¿Hacia dónde se inclinan nuestras decisiones y acciones cotidianas: hacia la unidad o hacia la división?
No debemos olvidar que nuestra libertad puede guiarnos hacia Dios o hacia el demonio, padre de la mentira y del desorden. Elegir el camino fácil, sin sacrificio, ya es una victoria del maligno, quien astutamente atrapa y roba las almas que pertenecen a Dios. En cambio, el camino angosto, que exige oración, sacrificio y mortificación, nos conduce al conocimiento del Dios vivo. Es ahí donde recibimos las armas que Jesús nos proporciona y que destruyen al enemigo.
Nunca antes los espíritus inmundos habían circulado tan libremente entre los hombres como ahora, porque hemos dejado de creer en ellos. Al ignorar su existencia, bajamos la guardia y no nos preparamos para defendernos. No conocemos sus estrategias, engaños y tiranías. El mayor de sus engaños es precisamente hacernos creer que no existe, manteniéndonos con los ojos vendados y distraídos por las cosas del mundo. Se aprovecha de nuestras debilidades para alejarnos de Dios y llevarnos a la perdición eterna.
Oración
Padre mío, Dios todopoderoso, que dijiste: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (Lucas 5, 32), hoy clamo a Ti para que no nos alejemos de tu presencia y así no seamos atrapados por las garras del demonio. Muéstranos tu rostro, y condúcenos por el camino que lleva a la salvación eterna junto a Ti en el cielo.
Concédenos la gracia de reconocernos pecadores y, arrepentidos, busquemos el perdón a través del sacramento de la reconciliación, para que, purificados por tu misericordia, podamos gozar de una vida plena y llena de tu gracia. Amén.
Por Luce Bustillo Schott
- Esta nota fue publicada originalmente en encuentra.com
“Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Así alcanzarán la perfección en la unidad, y el mundo conocerá que tú me has enviado y que yo los he amado a ellos como tú me amas a mí.” (Juan 17, 21-23)
Dios promueve la unidad y la armonía, mientras que el demonio fomenta la discordia y la separación.
Cuando Dios habita en nuestro corazón y está en el centro de nuestra vida, experimentamos amor, paz, armonía y unión. Aunque enfrentemos dificultades y problemas, sabemos que con Él todo se puede resolver con sabiduría y orden.
En el combate espiritual al que todo cristiano está llamado, no estamos solos. Cristo ha vencido al mal y nos da las armas necesarias para resistir al enemigo. Sin embargo, el demonio continúa intentando confundir, seducir y esclavizar a las almas, especialmente a través de aquello que más debilita el corazón humano: la impureza.
“Estén sobrios y vigilantes. Su adversario, el demonio, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.”(1 Pedro 5, 8)
La acción del demonio en nuestros tiempos sigue manifestándose como lo advirtió Jesús:
“Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae.” (Lucas 11, 17)
La división es perdición; la unidad, en cambio, es fuerza y salvación. ¿Hacia dónde se inclinan nuestras decisiones y acciones cotidianas: hacia la unidad o hacia la división?
No debemos olvidar que nuestra libertad puede guiarnos hacia Dios o hacia el demonio, padre de la mentira y del desorden. Elegir el camino fácil, sin sacrificio, ya es una victoria del maligno, quien astutamente atrapa y roba las almas que pertenecen a Dios. En cambio, el camino angosto, que exige oración, sacrificio y mortificación, nos conduce al conocimiento del Dios vivo. Es ahí donde recibimos las armas que Jesús nos proporciona y que destruyen al enemigo.
Nunca antes los espíritus inmundos habían circulado tan libremente entre los hombres como ahora, porque hemos dejado de creer en ellos. Al ignorar su existencia, bajamos la guardia y no nos preparamos para defendernos. No conocemos sus estrategias, engaños y tiranías. El mayor de sus engaños es precisamente hacernos creer que no existe, manteniéndonos con los ojos vendados y distraídos por las cosas del mundo. Se aprovecha de nuestras debilidades para alejarnos de Dios y llevarnos a la perdición eterna.
Oración
Padre mío, Dios todopoderoso, que dijiste: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (Lucas 5, 32), hoy clamo a Ti para que no nos alejemos de tu presencia y así no seamos atrapados por las garras del demonio. Muéstranos tu rostro, y condúcenos por el camino que lleva a la salvación eterna junto a Ti en el cielo.
Concédenos la gracia de reconocernos pecadores y, arrepentidos, busquemos el perdón a través del sacramento de la reconciliación, para que, purificados por tu misericordia, podamos gozar de una vida plena y llena de tu gracia. Amén.
Por Luce Bustillo Schott
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