El Poder de la Eucaristía

Foto por Érica Viana (cortesía de Cathopic)

Tenemos un problema grave y unas oportunidades divinas

Nosotros los católicos tenemos acceso al tesoro más grande que se podría imaginar. En cada Misa, podemos recibir ese tesoro: el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, el rey del universo. El sacramento de la Eucaristía es una fuente de poder para nosotros, poder para amar y evangelizar. El Papa Francisco dice que, en la Eucaristía, “Jesús viene y nos da la fortaleza para amar como él amó”, porque “la Eucaristía nos da la valentía de encontrar a otros, salir de nosotros mismos y abrirnos a los demás con amor”.

La presencia real de Jesús en la Eucaristía, en la cual creemos como católicos, es tan grande que resulta casi imposible contenerla dentro de nuestras mentes humanas. Pero Dios nos ayuda a creer. Como nos dice San Pablo, “Pues si me siento débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Cor 12,10b). Dependemos de Dios, que nos da la capacidad de creer en el tesoro inimaginable de la Eucaristía.

Este sacramento tiene poder para los que se prestan a todo lo que Dios nos quiera dar. Cuando recibimos la Eucaristía con fe en la presencia sacramental de Jesús, y cuando decimos, “Si Señor, recibo tu cuerpo y tu sangre; ahora, me rindo mi vida a ti para que la utilices de la mejor manera para servirte”, hay un poder, una capacidad, que nos corresponde. No es poder como el mundo conoce poder. Es el poder que estamos viendo cuando contemplamos a Jesús en el crucifijo. Es el poder que nos brinda la fortaleza para hacer el trabajo de Dios en este mundo.

Un problema grave

Pero lamentablemente, un estudio reciente (Pew Research Center Study, 2019) reveló datos trágicos para la Iglesia Católica. Los resultados indican que solo uno de cada tres católicos cree que estamos recibiendo el cuerpo y la sangre de Jesús cuando recibimos la Eucaristía. Aprender que tantos fieles no creen en el tesoro de la Eucaristía nos señala un problema grave.

Si estás leyendo este artículo, a lo mejor tienes la misma reacción mía. Me encuentro rezando así: “¿En serio, Señor Dios? No puede ser. ¿Cómo es posible que tantos de tus fieles, de mis hermanos y hermanas, no crean en el milagro de poder recibirte a ti, íntimamente, cuerpo y sangre, cada vez que comulgamos?”

Los obispos de los Estados Unidos, al recibir esta mala noticia, se movilizaron y montaron lo que llaman el Avivamiento Eucarístico. Este esfuerzo lo debemos de concebir no tanto como un programa sino como un movimiento, un levantamiento de los católicos bautizados para rescatar nuestros hermanos y hermanas y traerlos prostrados, como nosotros, delante del tesoro de la Eucaristía.

Entrar en los eventos del Avivamiento Eucarístico es muy importante para todos.

Se encuentran muchos recursos excelentes que los obispos han desarrollado para ayudarnos con el movimiento, pero, por supuesto, nos queda a nosotros, los católicos creyentes que estamos todos los días en las calles, en las oficinas, en las escuelas y en los bancos de nuestras parroquias, para que crean por primera vez o que renueven su creencia en la Eucaristía.

Foto por Laura Morales (cortesía de Cathopic)
Foto por Laura Morales (cortesía de Cathopic)

Las oportunidades divinas

Sí, es verdad que tenemos un problema grave, pero ¿cuáles son las oportunidades que Dios nos está ofreciendo a través de esta situación? Una oportunidad clave es vernos a nosotros mismos. Creemos en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, pero, ninguno puede avanzar en el trabajo de proclamar este tesoro si no estamos a cada rato chequeándonos nosotros mismos.

Tenemos que adoptar el autoexamen como hábito. Es demasiado fácil para nosotros, los “religiosos observantes," criticar o culpar a los demás. Los autoexámenes frecuentes nos dan la oportunidad de vernos de la manera más objetiva posible y abren la puerta para que Dios corrija el curso cuando sea necesario. Con respeto al sacramento de la Eucaristía, hay algunos puntos específicos que nos pueden ayudar en el autoexamen:

  • Mi propio comportamiento

Yo sí creo, pero déjame ver mi comportamiento. ¿Siempre me comporto con total reverencia cuando recibo la Eucaristía? ¿Mi comportamiento refleja que estoy recibiendo el tesoro más grande del mundo, el rey del universo?

¿Cuándo recibo la Eucaristía, estoy tratando, en mi cuerpo y en mi espíritu, de resistir las distracciones que me saquen del momento sagrado? ¿Estoy tratando de conectar con el poder de la Eucaristía para llevar a cabo los propósitos que el Señor tiene para mi vida?

En momentos fuera de la Misa, cuando estoy en la presencia de la Eucaristía –durante adoración eucarística o sesiones de alabanza, por ejemplo–, ¿demuestro respeto y temor del Señor? Mi comportamiento debe causar que una persona que no cree diga: “Debe haber algo inmenso y poderoso aquí.”

  • Resistir el orgullo

Es fácil sentirnos superiores a nuestros hermanos que no creen en la Eucaristía o quizás dudan de la verdad de la fe católica en general. Sin embargo, es importante reconocer y enfrentar nuestro propio orgullo, pidiendo a Dios que nos ayude a renunciar a él. El orgullo nos impide amar a aquellos que están bautizados pero no comparten nuestras creencias, por lo tanto, debemos estar atentos a esa actitud. Además, debemos cuidarnos del orgullo que intenta convencernos de que no necesitamos a Dios.

  • Reflexionar con la Biblia

Lee 1 Corintios 11, 17-34. En este pasaje, San Pablo les enseña a los corintios como recibir la Eucaristía de la manera correcta, sana, y santa. Como es común en las cartas de Pablo, él nos enseña, pero también nos regaña. Algunos de los corintios estaban recibiendo la Eucaristía de una manera ni remotamente digna del sacramento. Había divisiones entre los ricos y los pobres; algunos comenzaron la Misa antes de que todos los fieles llegaran; otros recibían la Eucaristía “indignamente.” Pablo les critica de una manera que nos hace pensar en el problema que tenemos hoy en día. Él dice que algunos están recibiendo la Eucaristía sin “reconocer” el cuerpo y la sangre del Señor Jesús. ¿Cuándo voy a Misa, estoy consciente de estas lecciones de Pablo?

Otro pasaje esencial es el sexto capítulo del evangelio de San Juan, en el cual Jesús nos enseña de manera muy directa acerca de este sacramento.

Después del autoexamen, algunos pasos prácticos

Cada católico que cree que Jesús es presente en la Eucaristía, una vez que se compromete al autoexamen frecuente, puede perseguir los pasos siguientes.

  • ¡Rezar!

Cada vez que recibes la Eucaristía, reza por nuestros hermanos que no creen en la presencia eucarística de Jesús: “Señor, ofrezco esta Eucaristía que acabo de recibir para mis familiares, amigos, y compañeros que no creen en tu presencia. Y te doy permiso para utilizarme, como sea, para hablar, amar, o enseñar para que crezca su conocimiento de ti en la Eucaristía.” Recuerda que Dios escucha nuestras oraciones.

  • ¡Rezar en grupo!

Adicionalmente a tus oraciones personales, crea un grupo de oración intercesora entre tus familiares, tus amigos, en tu parroquia, donde sea, para pedirle a Dios transformar los corazones de los católicos que no creen. Vale repetirlo: Dios escucha nuestras oraciones.

  • ¡Educarnos!

Edúcate sobre la Eucaristía. ¿Por qué creemos, como católicos, lo que creemos? ¿Cuáles son las raíces bíblicas que fundamentan la doctrina de la Eucaristía? Hay que expandir y profundizar nuestros conocimientos, porque algunas conversaciones con nuestros compañeros no-creyentes van a requerir que tengamos tales conocimientos.

  • ¡Invitar!

Invita a los que no están asistiendo a Misa a volver, uno por uno. Como nos dicen los obispos, cada uno puede invitar a uno. Pero acuérdate que cada uno puede invitar a dos, o tres, ¡o diez también! Si cada católico creyente invita a un católico no creyente, imagínate el impacto que podría tener.

Acuérdate del poder de la Eucaristía

Acuérdate siempre del poder de la Eucaristía. Acuérdate que ese poder viene de lo que Dios ha hecho por nosotros: Envió su hijo único; ese hijo, Jesús, murió para salvarnos; el Espíritu Santo resucito a Jesús, y como resultado nosotros tenemos la oportunidad de vivir eternamente con él en el cielo. Y como si eso no hubiera sido suficiente, Dios nos da la oportunidad de recibir el cuerpo y la sangre de su hijo en cada Misa.

Gracias, Jesús, por el tesoro increíble de la Eucaristía. Al recibirte, ayúdanos, cada vez más, a convertirnos en tus instrumentos. Danos oportunidades diarias para hablar a los demás sobre la Eucaristía. Sabemos que es solamente a través de tu acción en nosotros, Señor, que podemos cambiar los corazones de nuestro hermanos y hermanas. Amen.



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