En el Ángelus de este domingo 23 de julio, el Papa Francisco reflexionó sobre la parábola del trigo y la cizaña e instó a reconocer que el bien y el mal crecen juntos.
"¡Qué fácil nos resulta reconocer la cizaña en el otro, cómo nos gusta "despellejar" a los demás!", afirmó el Santo Padre en un pasaje de su reflexión.
Junto al Santo Padre se encontraban una abuela, con motivo de la celebración de la III Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos, y un joven participante en la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa (Portugal).
“Jesús habla de nuestro mundo, que en realidad es como un gran campo, donde Dios siembra trigo y el maligno siembra cizaña, y así el bien y el mal crecen juntos”, expresó el Pontífice desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano, donde se asomó para rezar el Ángelus.
“El bien y el mal crecen juntos. Lo vemos en las noticias, en la sociedad, y también en la familia y en la Iglesia. Y cuando, junto al trigo bueno, vemos cizaña mala, nos entran ganas de arrancarla inmediatamente, de hacer ‘limpieza total’”, afirmó el Obispo de Roma ante los fieles y los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
“Pero el Señor nos advierte hoy que es una tentación hacer esto: no se puede crear un mundo perfecto y no se puede hacer el bien destruyendo precipitadamente lo que está mal, porque esto tiene efectos peores: se acaba -como se dice- "tirando al niño con el agua del baño”, añadió.
El campo de nuestro corazón
Luego enfatizó que “hay, sin embargo, un segundo campo en el que podemos limpiar: el campo de nuestro corazón, el único en el que podemos intervenir directamente. También allí hay trigo y cizaña, pues de allí se extienden ambos al gran campo del mundo”.
“Hermanos y hermanas, —continuó el Papa Francisco—nuestro corazón es, en efecto, el campo de la libertad: no es un laboratorio aséptico, sino un espacio abierto y, por tanto, vulnerable. Para cultivarlo adecuadamente, es necesario, por una parte, cuidar constantemente los delicados brotes de bondad y, por otra, identificar y arrancar las malas hierbas en el momento oportuno”.
A continuación, invitó a realizar un examen de conciencia diario e instó a los fieles a mirar “en nuestro interior y examinemos lo que ocurre, lo que crece en mí, lo que crece en mí de bueno y de malo”.
“Hay un método precioso para hacerlo: lo que se llama el examen de conciencia, que consiste en ver qué ha pasado hoy en mi vida, qué ha golpeado mi corazón y qué decisiones he tomado. Y esto sirve precisamente para comprobar, a la luz de Dios, dónde está la mala cizaña y dónde la buena semilla”, agregó.
El campo del prójimo
Más tarde, después de ilustrar el campo del mundo y del corazón, remarcó que existe un tercer campo: “el campo del prójimo”.
“Son las personas —explicó el Papa— con las que nos relacionamos cada día y a las que a menudo juzgamos. ¡Qué fácil nos resulta reconocer la cizaña en el otro, cómo nos gusta "despellejar" a los demás! Y ¡qué difícil es, en cambio, ver el buen grano que crece!
Recordemos, sin embargo, que si queremos cultivar los campos de la vida, es importante buscar ante todo la obra de Dios: Aprender a ver en los demás, en el mundo y en nosotros mismos la belleza de lo que el Señor ha sembrado, el trigo besado por el sol con sus espigas doradas”.
De esta manera, exhortó a pedir la gracia “de poder ver esto en nosotros mismos, pero también en los demás, comenzando por los que están cerca de nosotros. No es una mirada ingenua, es una mirada creyente, porque Dios, el agricultor del gran campo del mundo, ama ver lo bueno y hacerlo crecer hasta hacer de la cosecha una fiesta”.
Y por último, pidió hacerse algunas preguntas: “Pensando en el campo del mundo: ¿puedo superar la tentación de ‘echar a todos en el mismo saco’ ”, de aniquilar a los demás con mis juicios? Luego, pensando en el campo del corazón: ¿soy honesto al buscar las malas hierbas que hay en mí y decidido a arrojarlas al fuego de la misericordia de Dios? Y, pensando en el campo del prójimo: ¿tengo la sabiduría de ver lo que es bueno sin desanimarme por las limitaciones y la lentitud de los demás?”.
Al final, el Santo Padre rezó a la Virgen María para que “nos ayude a cultivar con paciencia lo que el Señor siembra en el campo de la vida, en mi campo, en el campo del prójimo, en el campo de todos”.
Esta nota fue publicada originalmente en ACIPRENSA.