Latinos de Detroit a un año en la pandemia 

Poco a poco la normalidad regresa a las iglesias de Detroti. (Foto tomada de la página de Facebook del Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Detroit)

Después de una Cuaresma “prolongada” a causa del COVID-19, católicos de Detroit ven con esperanza hacia la luz de la Pascua de Resurección

DETROIT - Para Antonio Guzman, coordinador del Ministerio hispano de la Arquidiócesis de Detroit, este año del COVID-19 ha sido un año de muchos aprendizajes. Comenta a Detroit Catholic en Español que el virus sorprendió a toda la humanidad, pues “nos tomó por sorpresa y desprevenidos”. Antonio pensaba que todo terminaría pronto y que los países asiáticos y gobiernos del mundo tendrían el control sobre este virus mortal. 

Pero al paso de los días, semanas y meses se percató que esto se estaba saliendo de las manos y el control de los gobiernos: “Esta Pandemia nos ha traído estragos a todos sin importar a la raza que pertenezcamos, la fe que profesamos, la religión que tengamos, el color de la piel que tengamos”.

“Este virus nos ha traído mucho dolor al ver morir a mucha gente dentro de nuestras comunidades, nos ha enseñado que nos debemos preocupar más por las cosas que realmente tienen valor, como nuestras familias, nuestra propia salud, nuestras comunidades de fe, nuestros círculos de amigos, no ha enseñado a ver las cosas que tal vez no solemos ver, estábamos tan ocupados con las cosas de este mundo”. 

Antonio Guzman comenta también cómo él vé que “nos ha sacado la peor de nosotros como seres humanos”, ya que ha salido a la luz y se ha mostrado la desigualdad que hay en mundo, la pobreza extrema con personas que no tienen acceso a comida y agua y que en pleno siglo XXI no tienen acceso a un sistema de salud de calidad. Todo esto ha quedado al descubierto por la pandemia. 

“El racismo sigue vigente”, prosigue Antonio, ya que sigue siendo parte de nuestra sociedad y durante la pandemia se mostró este tipo de actitudes  que denigran y discriminan unos a otros.

“Nos hemos dado cuenta durante la pandemia que somos una sociedad llena de racismo y tenemos que mejorar”.  

Hemos sido testigos del abuso en ciertas comunidades a las cuales no se les ha tratado con dignidad y respeto,  simplemente por carecer de un  estatus legal migratorio en un país, explica Antonio, que fuimos testigos de cómo a pesar de que la humanidad estaba muriendo lentamente, no nos tentamos el corazón para auxiliar, no se les dio la suficiente ayuda, ni atención ha estos grupos vulnerables, simplemente se les dejó morir,  por ser grupos minoritarios. 

Pero no todo ha sido negativo, prosigue Antonio, pues la pandemia también trajo un adelanto tecnológico, y esto ha permitido evangelizar desde la pastoral y el Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Detroit, ya que las herramientas digitales han permitido traspasar los muros permitiendo a los católicos mantenerse comunicados y unidos en comunidad. Por lo tanto esto ha logrado que ahora la comunidad hispana puedan estar más conectada. 

Todavía hay restricciones en la capacidad de las iglesias a un 50%, pero los católicos asisten con gozo a las celebraciones. (Foto tomada de la página de Facebook del Ministerio Hispano de la Arquidiócesis de Detroit)

El uso de las mascarillas, tapabocas o cubre bocas, si bien es un accesorio que ha evitado más contagios, pues minimiza la absorción de las partículas o gotas de saliva o flujos nasales, también tiene impactos sosciales. “Las mascarillas evitan ver las expresiones de las personas, si están tristes, cansadas, aburridas, enojadas. 

“Nos ha impedido darnos cuenta de lo que siente la otra persona por su expresiones faciales, no percibimos con claridad si la otra persona se siente bien o la está pasando mal, los cubrebocas nos han matado las expresiones del rostro, solo vemos los ojos de las personas pero esto no es suficiente para interactuar con el otro”.

Antonio expresa que sin duda esta pandemia nos ha dado muchas cosas pero también nos ha quitado otras más, la pandemia nos ha motivado he invitado a ser mejores como seres humanos y como sociedad. Pero a pesar de todo lo obscuro de este año él comenta que la esperanza es lo más importante, pues las cosas pasan por algo, para nuestro bien, por que Dios tiene el control de todo. 

Cuantos recuerdos tienen los católicos de Detroit después de un año, para muchos sigue siendo un triste recuerdo cuando los templos fueron cerrados y las misas públicas fueron suspendidas.  

La pandemia en el mundo parecía para muchos un película apocalíptica del fin del mundo, centros comerciales saturados por las compras de miedo, desabasto de alimentos y comida, escuelas vacías, sillas vacías, escuelas abandonadas, oficinas desiertas, negocios quebrados y arruinados por la falta de ventas, las calles se vaciaron, fue un año donde parecía que la humanidad perdía la respiración por el COVID-19 pues el mortal virus dañaba los pulmones. Pero la ironia de la vida permitió darle un respiro a la naturaleza, al mundo asfixiado por la humanidad alejada de Dios. 

Los cielos se pintaron de nuevo de azul intenso pues muchas industrias y fábricas pararon, la contaminación por los automóviles cedió. Y así los animales y la vegetación empezaron de nuevo a salir a recorrer las carreteras, las calles desiertas y los cielos.  

Para muchos católicos fue un golpe muy duro tener las iglesias cerradas ya que anhelaban comulgar o recibir los sacramentos, las campanas fueron silenciadas, y parecía que las prédicas y homilías serían enmudecidas. También para muchos sacerdotes el ver las bancas vacías les originó tristeza y depresión como nunca.  

Mientras tanto y a pesar del dolor que tenían los creyentes por no poder asistir a misa y comulgar, volvieron a formarse las pequeñas comunidades de cristianos y católicos dentro de las casas y hogares. Y de nuevo brillaron los cirios encendidos e iluminaron la oscuridad de la desesperanza. Desde afuera se podía escuchar por las calles, el susurro de las oraciones que clamaban ante Dios.  

Muchas familias regresaron a su fe, muchos matrimonios volvieron a amarse, y otro más volvieron a casa, ahí en el núcleo familiar en la Iglesia doméstica. Como los primeros cristianos, los hijos y los papás volvieron a amarse compartiendo como familia cuando afuera existía un virus mortal que tocaba a sus puertas. 

El virus mortal del COVID-19 acechó los hogares y familias, aunque ya ha pasado un año, hoy todavía hay temor y poco a poco salen las familias de su confinamiento para sentir el calor y los rayos del sol que se mostraron como el consuelo de Dios por sus hijos ante el dolor, muerte y enfermedad. 

Celina Diaz, feligrés de St. Albert the Great en Dearborn, comenta a Detroit Catholic en español que al principio ella no creía pero poco a poco se dio cuenta que era real el virus, pues empezó a ver que que cerraban todo y la gente empezaba a enfermar y morir. Ella comenta que durante un mes completo se encerró con su familia sin abrir sus puertas, no salia para nada, había comprado despensa y comida para todo un mes. 

No sabía qué pensar y hacer durante el confinamiento, veía las noticias para estar informada. Después del mes, con mucho miedo se decidió a salir, “Fue muy impactante pues deje de realizar muchas actividades, dejar de ir a la escuela, socializar con la gente, un año casi de no hacer nada, prácticamente estar solamente en casa”. 

“Cuando me enteré que las iglesias habían cerrado y que no podiamos comulgar, eso me dio más tristeza, yo estaba acostumbrada a llevar a los chiquitos cada domingo a la misa y comulgar. Al principio al usar la máscara, sentía que me ahogaba, pero me fui acostumbrando. Fue un impacto muy fuerte algo muy duro para mi y mi familia.  Desde hace un año no he visto a mi familia cercana pero lo hago para cuidarlos también, la misa la veíamos los domingos por televisión y estuvimos  rezando tambien”.

También Vicente Aguilar, quien es miembro de Our Lady Queen of Angels, compartió con Detroit Catholic en Español que al principio de la pandemia no creía en lo letal de este virus, acepta que era uno de los muchos que se resistía a creer lo mortal que era el COVID-19, nunca imaginó todo lo que se venía. 

Nunca pensó que este virus fuera a llegar a causar tanto daño, tanta muerte, pero afirma que a pesar de eso: “No sentí temor, por que Dios estaba conmigo, por que se que Dios camina con mi familia, Dios ha caminado conmigo desde que lo conocí y lo acepte, él ha sido mi fortaleza, el a sido mi aire, mi lluvia, todo está en una sola palabra, Dios es todo para mi y asi lo fue durante esta pandemia”.  

Vicente recuerda que cuando se cerraron las iglesias y se anunció que no se realizarian más misas públicas le dio mucha tristeza pero no perdió el ánimo. No bajó los brazos y muchos hermanos suyos no bajaron los brazos. Él piensa que esta pandemia se puede ver como una advertencia de Dios y que esto lo permitió para que la gente recapacitara, para que la gente entendiera, amara más a sus familias y que los papás tuvieran más conocimientos de sus hijos.

Muchos papás y mamás no conocían a sus hijos, mucha gente no conocía a su esposa, esposo, mucha gente caminaba simplemente por caminar, mucha gente no sentía el deseo de decirle a sus hijos que los amaba, no sentían la necesidad de decirle a sus papás cuánto los amaban, decirle a tu mamá te amo no era algo que se hiciera tan seguido por que no había esa necesidad, simplemente caminaban sin ningún sentido, sin ningún rumbo, cuando llegó la pandemia cambio todo, se sentía la necesidad de decirle te amo a tus seres queridos, tal vez por el miedo a morir o no volver a verlos”. 

Vicente cree y está convencido que hubo en muchos casos un cambio de 360 grados en los comportamientos de todos, porque la gente se encerró, no iba a las iglesias, no salían para nada. Recuerda haber visto como los animales empezaron a salir a las calles ya que no había más humanos y la naturaleza no podía estar confinada por lo cual los animales empezaron a ocupar los espacios que por mucho tiempo los humanos tenían como propios. Los animalitos de Dios empezaron a salir, querían caminar. 

Vicente comparte que veía la misa por internet, pues sentía que Dios lo llamaba y le decía que a pesar de todo lo que estaba pasando Él estaba allí y aún a pesar de la pantalla él sentía la bendición de Dios. Pero anhelaba regresar a la normalidad, a las misas, a las celebraciones; por eso es que el poder caminar de nuevo con otras personas le causa mucha alegría.

El  recibir el Cuerpo de Cristo le causa un gozo y felicidad a Vicente. Regresar a la normalidad y poder sentirlo, verlo y escuchar Su palabra es una gran bendición. Él considera que esto será una gran bendición para todos el que pronto las misas y celebraciones volverán a una capacidad del 100 por ciento.

Vicente esta convencido que las cosas serán diferentes ahora ya que, “Se notara el cambio porque seremos testigos de que los hijos irán caminando con sus papás por la calle, los hijos saldrán a caminar con sus mamás, las mamás con sus hijos, todos de la mano, se verá que los hijos aman a sus padres, ahí es cuando nos daremos cuenta que la pandemia se ha ido ha regresado la calma”.

Ciertamente la pandemia se ha llevado a muchos seres queridos, se ha llevado la salud de las personas, y durante un año se llevó un poco de las sonrisas, pero también está esperanza de que se lleve lo peor de esta humanidad, que se lleve las peores actitudes del ser humano, las guerras, el hambre la miseria, la indiferencia por el otro y que o que se anhele sea Dios y su infinito amor. 

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