Un grupo de fieles católicos cambió su destino original a Tierra Santa por una experiencia transformadora en España e Italia, donde vivieron un momento inolvidable: la última audiencia pública del Papa
DETROIT – Lo que comenzó como un viaje con destino a Tierra Santa para celebrar los 20 años de Escuela de la Fe en Michigan terminó convirtiéndose en una profunda experiencia espiritual en España e Italia, marcada por un momento inesperado: la última audiencia pública del Papa Francisco antes de su fallecimiento el pasado 21 de abril.
La decisión de emprender el viaje en febrero se tomó tras constatar que el conflicto en Medio Oriente hacía inseguro el trayecto a Tierra Santa. Fue entonces cuando el sacerdote que acompañaría al grupo sugirió cambiar de rumbo: eligieron España, país que él no conocía, y, al estar en pleno Año Jubilar de la Esperanza, sumaron también una visita a Italia.
Si bien varios peregrinos no pudieron unirse al nuevo plan por el cambio de fechas, quienes viajaron descubrieron en el nuevo destino una oportunidad para vivir una peregrinación más profunda en el marco de un jubileo.
Durante el viaje, visitaron lugares clave en la historia del catolicismo: Ávila, tierra de Santa Teresa; Roma, el corazón de la Iglesia; y Asís, cuna de San Francisco.
“Cada vez que vas a Roma ves cosas diferentes o las ves de forma distinta”, dijo Graciela Garza a Detroit Catholic en español. “Conocimos lugares que generalmente no visitas cuando vas en familia. Fue muy edificador, no solo por el conocimiento y la cultura, sino por el crecimiento espiritual que experimentamos. Las gracias que recibimos fueron muchas”.
La peregrinación, además de recorrer ocho puertas santas —más de las que esperaban visitar—, estuvo acompañada por la confesión frecuente, la Misa diaria y el acompañamiento cercano del sacerdote. Eso le aportó al viaje un sentido profundo de fe.
Según Mónica Arias, las guías turísticas fueron testigos de que no se trataba de un viaje cualquiera, sino de una verdadera peregrinación en donde el grupo se apoyaba y cuidaba mutuamente como una gran familia, a pesar de que algunos no se conocían entre ellos.
Para Mónica Galindo, que ya había viajado antes a Europa con su esposo, esta experiencia fue completamente distinta. “Comprendí un poquito el verdadero sentido de la peregrinación”, explicó.
“Es como un reflejo condensado de nuestra vida: vamos caminando junto a personas en las que confiamos, que nos apoyan, que nos alientan, y siempre buscando acercarnos a Dios en distintos momentos. En cada lugar que visitábamos, sentíamos la presencia del Espíritu Santo. Te das cuenta de que siempre hay que hacer base con Dios. Y eso es lo que le dio todo el sentido: ir caminando hacia Él con otros, entre altos y bajos, con cansancio o malestares, pero siempre acompañados, siempre preocupándonos los unos por los otros”.
Un encuentro con el Santo Padre
Pero lo que nadie imaginó fue que, durante su estadía en Roma, el grupo asistiría a la que resultó ser la última audiencia pública del Papa Francisco antes de ser hospitalizado el 14 de febrero.
“Por suerte, cuando fuimos él estaba bien, aunque ya se lo veía un poco enfermo”, relató Galindo. “Ese hombre, no importa cómo esté, te infunde una fuerza especial. Su rostro era de gozo, siempre acercándose a la gente. Mientras lo veía pasar pensaba: este hombre lleva todo el peso del mundo en sus hombros y, sin embargo, está delante de algo muy poderoso: el Espíritu Santo. Y eso es lo que nos quería transmitir”.
La audiencia se realizó en el aula Pablo VI y los peregrinos, gracias a la gestión de la agencia de viajes, obtuvieron lugares privilegiados.
Días después del fallecimiento del Pontífice, las palabras y gestos de esa mañana adquirieron para el grupo un nuevo significado.
Graciela Garza expresó conmovida cómo vivió ese momento: “Francamente, lo sentimos como una gran bendición, como un regalo. Ver a un hombre enfermo, pero que lo entregaba todo, que se acercaba a la gente con una sonrisa, fue presenciar la misericordia viva del Señor. Ahí entendí lo que es la verdadera entrega, la fortaleza y el amor de Cristo a través de su representante en la tierra. No había nada estudiado en él, todo era auténtico. Con su sola presencia nos decía: ‘Aquí estoy, ¿qué necesitas?’. Y eso… eso era el amor de Dios hecho carne. El Papa Francisco estaba haciendo ese último tramo de su vida como un verdadero pastor, desgastándose hasta el final por su pueblo”.
Para Catalina Burciaga, estar presente en esa audiencia fue como cumplir un sueño. A pesar de la fila interminable, su corazón iba lleno de fe, como la mujer del Evangelio que solo quería tocar el manto de Jesús para quedar sanada.
Para su sorpresa, terminó sentada muy cerca del pasillo por donde el Papa pasaría, y pudo verlo a apenas unos metros de distancia.
“Fue como ver a tu héroe, a tu ídolo”, dijo emocionada. Sintió que algo salía de ella, una fuerza interior que solo podía atribuir al Espíritu Santo. Al ver al Papa bendecir a niños, matrimonios y enfermos, comprendió que estaba viviendo una experiencia única, un deseo que guardaba desde niña: asistir a un Año Jubilar en Roma y ver al Santo Padre. “Dios me tenía preparada esta bendición”.
“Me siento profundamente bendecida por haber estado en su última audiencia. Verlo tan cansado y, aun así, entregarse por completo, bendecirnos y orar con nosotros… fue una experiencia espiritual indescriptible. Cuando estuve frente a él, sentí una paz inmensa. Su ternura, su sonrisa, su cercanía… era un Papa lleno de amor, accesible, humano, que hacía sentir que el amor de Dios estaba justo ahí, a un paso”, agregó Judith Escobedo.

A pesar de lo exigente del itinerario, ninguna de las 12 personas que viajaron pareció sentir el agotamiento habitual de otros viajes. “Por el clima, los escalones desiguales, las calles empedradas y tantos lugares visitados, cualquiera pensaría que estaríamos agotadas. Pero dormías como un bebé y te levantabas al día siguiente con ganas de más”, dijo Graciela Garza. “No era cansancio, era el cambio de horario. Estábamos como inyectadas de una fuerza especial”.
Mónica Galindo lo resumió con una expresión que capturó el espíritu del grupo: “Era un cansancio gozoso. Me sentía físicamente muerta pero dispuesta a seguir. Esa gracia especial era la que nos sostenía, nos impulsaba”.
La experiencia del jubileo dejó una huella profunda en todos. “Me siento abrazada, sostenida. El Señor nos iba abrazando en cada paso, en cada santuario que visitábamos. Cada iglesia tenía su gracia especial, nos llevaba a estar más cerca de Cristo”, compartió Galindo.

El abrazo de Dios en cada paso
Hoy, mirando hacia atrás, todos recuerdan con gratitud los paisajes, los templos y los momentos compartidos. Sobre todo, agradecen haber estado tan cerca del Papa Francisco en la recta final de su vida.
Con el corazón lleno de alegría por lo vivido, el grupo resaltó que, aunque los viajes puedan terminar, las huellas espirituales de esos momentos permanecen para siempre.
“Estoy segura de que en cada lugar que visitamos y en todo el proceso, Dios derramó gracias infinitas en nuestros corazones. A muchas no las hemos descubierto, pero yo creo las vamos a ir descubriendo. De lo que estoy segura es de que no regresamos igual”, concluyó Mónica Arias.